Elogio de la dificultad
Hay libros arduos cuya lectura
se parece a un martirio. Conquistarlos, sin embargo, depara la felicidad de las
victorias secretas.
Cada vez que se habla de lectura, maestros, escritores y editores se
apresuran a levantar las banderas del hedonismo, como si debieran defenderse de
una acusación de solemnidad, y tratan de convencer a generaciones de
adolescentes desconfiados y adultos entregados a la televisión de que leer es
puro placer. Interrogados en suplementos y entrevistas hablan como si ningún
libro, y mucho menos los clásicos, desde Don Quijote a Moby Dick, desde Macbeth
a Facundo, les hubiera opuesto nunca resistencia y como si fuera no sólo
sencillo llegar a la mayor intimidad con ellos, sino además, un goce perpetuo
al que vuelven todas las noches.
La posición hedonista es, por supuesto,
simpática, fácil de defender y muy recomendable para mesas redondas porque uno
puede citar de su parte a Borges: “Soy un lector hedónico: jamás consentí que
mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la
adquisición de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable,
eludiendo un libro anterior con un libro nuevo…”
Y bien, yo me propongo aquí la defensa más
ingrata de los libros difíciles y de la dificultad en la lectura. No por un
afán especial de contradicción, sino porque me parece justo reconocer que
también muchas veces en mi vida la lectura se pareció al montañismo, a la lucha
cuerpo a cuerpo y a las carreras de fondo, todas actividades muy saludables y a
su manera placenteras para quienes las practican, pero que requieren,
convengamos, algún esfuerzo y transpiración. Aunque quizá sea otro deporte, el
tenis, el que da una analogía más precisa con lo que ocurre en la lectura. El
tenis tiene la particular ambivalencia de que es un juego extraordinario cuando
los dos contrincantes son buenos jugadores, pero se vuelve patéticamente
aburrido si uno de ellos es un novato, y no alcanza a devolver ninguna pelota.
Las teorías de la lectura creen decir algo cuando sostienen el lugar común tan
extendido de que es el lector quien completa la obra literaria. Pero un lector
puede simplemente no estar preparado para enfrentar a un determinado autor y
deambulará entonces por la cancha recibiendo pelotazo tras pelotazo, sin
entender demasiado lo que pasa. La versión que logre asimilar de lo leído será
obviamente pálida, incompleta, incluso equivocada. Si esto parece un poco
elitista basta pensar que suele ocurrir también exactamente a la inversa,
cuando un lector demasiado imaginativo o un académico entusiasta lanza sobre el
texto, como tiros rasantes, conexiones, interpretaciones e influencias en las
que el pobre escritor nunca hubiera pensado.
En todo caso la literatura, como cualquier
deporte, o como cualquier disciplina del conocimiento, requiere entrenamiento,
aprendizajes, iniciaciones, concentración. La primera dificultad es que leer,
para bien o para mal, es leer mucho. Es razonable la desconfianza de los
adolescentes cuando se los incita a leer aunque sea un libro. Proceden con la
prudencia instintiva de aquel niño de Simone de Beauvoir que se resistía a
aprender la “a” porque sabía que después querrían enseñarle la “b”, la “c” y
toda la literatura y la gramática francesa. Pero 2 es así: los libros, aún en
su desorden, forman escaleras y niveles que no pueden saltearse de cualquier
manera. Y sobre todo, sólo en la comparación de libro con libro, en las
alianzas y oposiciones entre autor y autor, en la variación de géneros y
literaturas, en la práctica permanente de la apropiación y el rechazo, puede
uno darse un criterio propio de valoración, liberarse de cánones y autoridades
y encontrar la parte que hará propia y más querida de la literatura.
La segunda dificultad de la lectura es,
justamente, quebrar ese criterio; confrontarlo con obras y autores que uno
siente en principio más lejanos, exponerse a literaturas antagónicas, impedir
que las preferencias cristalicen en prejuicios, mantener un espíritu curioso. Y
son justamente los libros difíciles los que extienden nuestra idea de lo que es
valioso. Son esos libros que uno está tentado a soltar y sin embargo presiente
que si no llega al final se habrá perdido algo importante. Son esos libros
contra los que uno puede estrellarse la primera vez y sin embargo
misteriosamente vuelve. Son a veces carromatos pesados y crujientes que se
arrastran como tortugas. Son libros que uno lee con protestas silenciosas, con
incomprensiones, con extrañezas, con la tentación de saltear páginas. No creo
que sea exactamente un sentimiento del deber, como ironiza Borges, lo que nos
anima a enfrentarnos con ellos, e incluso a terminarlos, sino el mismo
mecanismo que lleva a un niño a pulsar “enter” en su computadora para acceder
al siguiente nivel de un juego fascinante. Ellos no ocultan su orgullo cuando
se vuelven diestros en juegos complicados ni los montañistas se avergüenzan de
su atracción por las cumbres más altas.
Hay una última dificultad en la lectura, como una enfermedad terminal y
melancólica, que señala Arlt en una de sus aguafuertes: la sensación de haber
leído demasiado, la de abrir libro tras libro y repetirse al pasar las páginas:
pero esto ya lo sé, esto ya lo sé. Los libros difíciles tienen la piedad de
mostrarnos cuánto nos falta.
Guillermo Martínez
Clarín, 24 de abril del 2001,
Suplemento de Cultura
ACTIVIDADES
1) Como este es un ensayo, es un texto argumentativo que reúne cuestiones pertenecientes a alguna disciplina, para discutir algunos temas que resultan problemáticos. En este caso un ensayo literario, que habla sobre las formas de leer.
Recordemos las partes de una argumentación:
- se introduce el tema
- se plantea el tema como problema
- se perfile una hipótesis ( o varias), una forma de ver el problema
- se despliegan argumentos
- puede dejar una conclusión
Al ser un texto de tipo académico, además, hay recursos propios: la intertextualidad, es decir, la inclusión de otras voces, de otros textos que se mencionan, es uno de ellos.
1) A lo largo del texto se mencionan palabras que tienen que ver con lo fácil y lo difícil. Hacer un listado para cada uno de las posiciones, puede ser de doble entrada. Por ejemplo Lo fácil: felicidad / lo difícil: martirio, etc...
2) a) Buscar en el diccionario el significado (o varios significados) de la palabra hedonismo. Transcribir. b) Relacionar: ¿En qué sentido lo plantea el autor?
3) ¿De qué se quejan los adultos? ¿Qué es lo que no reconocen?
4) Buscar en sitios de internet o en la contratapa de los libros, o alguna reseña de una booktoubers, de qué se trata Don Quijote, Moby Dick y Macbeth.
5) ¿Por qué el auor quiere defender la lectura de los "libros difíciles"?
6) Él hace una comparación con respecto a lo que significa la sensación de leer un texto difícl. ¿Con qué lo compara? ¿Qué tienen en común?
7) El autor menciona una teoría de la lectura. ¿Cuál es? ¿Se aplica en este caso, cuando los libros son difíciles?
8) Si para leer hay que que considerar un texto (difícil en este caso) y a un lector que lo lea (ustedes, por ejemplo), ¿Cómo se siente -siguiendo la comparación- ese lector mientras atraviesa la lectura? ¿Cómo queda?
9) ¿Qué implica la literatura? ¿Cuáles son las condiciones que debe reunir o cumplir el que lee literatura? ¿Cuál es la primera dificultad?
10) ¿Cuándo uno empieza a formarse como un lector competente, ávido, experto o más perspicaz? ¿Cuándo se va convirtiendo en "mejor" lector de literatura?
11) ¿Cuál es la segunda dificultad que, observa el autor, implica la lectura? ¿Con qué lo compara ahora? ¿Cómo se sortea esa dificultad?
12) ¿De qué se trata la última dificultad? ¿Qué nos muestra esa dificultad?
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